CUENTOS POR CALLEJAS

Hay base en la realidad y/o en la ficción en todo cuanto opino y/o narro.

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martes, 13 de julio de 2010

OPULENCIA Y MISERIA


De amigos de la infancia suelen resultar amigos de juventud y, tal vez, amigos para toda la vida. Sobre todo cuando las diversiones juveniles nos hacen confraternizar con aquellos que se convierten en compañeros de aventuras, incluso aunque puedan convertirse en competidores por una chica que a varios de nosotros nos gusta.
 El caso es que Joseph Smith era uno de los compañeros de distracciones que tuve en mis años mozos, y que posteriormente siguió siéndolo, cuando disfrutábamos de cierta prosperidad que nos permitía algunas salidas y francachelas a las que podíamos acceder por nuestra relativamente buena situación económica.

El tal Joseph Smith era un inglés afincado en nuestra ciudad desde su niñez. Su padre había sido funcionario del Gobierno británico en India, y en 1947 cuando se declaró la independencia de ese país, regresó a Inglaterra con su esposa y dos hijos. Poco después vino a España y decidió quedarse como representante de una firma comercial británica. Así que Joseph pasó a llamarse Pepe entre sus compañeros de colegio y llegó a dominar el castellano a la perfección, aunque con un marcado acento andaluz que resultaba gracioso cuando, tras oírle hablar en un inglés con fino acento de Oxford, charlaba con nosotros de forma tan castiza que nadie le habría tomado por extranjero. Era un chico simpático y rumboso. Por aquí lo de rumboso equivalía a generoso, o sea, que gustaba de invitar a sus amigos cuando se presentaba la ocasión.

 En una de esas ocasiones nos invitó a cenar en un hotel de Sierra Nevada, la de aquí, claro, no la de Estados Unidos. Cuatro amigos le acompañábamos y viajamos en dos coches hasta el alojamiento donde tendría lugar la fiesta de su cumpleaños. Estábamos a comienzos de la primavera, mas aún nevaba en las montañas y el frío era considerable.

El restaurante de aquel hotel tenía unos amplios ventanales que permitían ver el paisaje nevado mientras caían los copos de nieve a pocos centímetros de nosotros, pues había elegido unas mesa pegada a una de las ventanas.

 -¡Qué agradable vista admiramos desde aquí!¿Verdad, chicos?-dijo Pepe.

-¡Oh!¡Sí! ¡Estupenda!-contestamos al unísono, contentos de estar a resguardo del frío mientras en el exterior oscurecía. Al cabo de un rato, ya sueltas las lenguas por el abundante vino y la excelente comida, la conversación se animaba y el ambiente entre nosotros era de lo más alegre.

 De pronto, uno de los comensales, Antonio, exclamó señalando hacia el ventanal.

- "Eh, mirad ahí. Un hombre nos observa".

 Volvimos nuestras cabezas y llenos de asombro vimos a un individuo con aspecto de mendigo, arrodillado en la nieve al tiempo que pegaba su nariz con las manos abiertas sobre el cristal helado. Pepe Smith abrió mucho los ojos y dijo levantando la copa:

 -Brindo por ti, buen hombre. Tu presencia me llena de placer.

 Y tomando un muslo de pollo en una mano y la copa de vino en la otra los elevó ante el visitante, quien abrió la boca como si el cristal no fuese una barrera infranqueable. Nos quedamos mudos sin saber qué decir. Para nuestro asombro apareció otro mendigo, más viejo y con el pelo cano. También por este nuevo "amigo" Pepe levantó la copa y el trozo de pollo para repetir el brindis.

 -¿Veis, compañeros? El placer de disfrutar estos instantes se ve incrementado por el contraste de observar a estos hombres hambrientos y temblorosos de frío. Bebamos y comamos, amigos míos. Los dioses nos hacen gozar de este privilegio.

 De pronto, todos nos pusimos a hablar al mismo tiempo. Uno de los comensales dijo que  si no sería mejor que los invitásemos a entrar, y compartiésemos nuestros manjares con aquellos dos desdichados hombres.

 -El hotel no permitirá que entren aquí-dijo Smith.

 -¡Pues llevémosles algo de comer, puñetas!-gritó otro. -No vamos a seguir aquí tan tranquilos mientras abren la boca detrás de la ventana.

 -Os equivocáis, queridos amigos. La exquisitez del espectáculo es precisamente esto: nuestro disfrute frente a la miseria que observamos.

 Unos nos pusimos a protestar y otro se quedó en silencio con la mirada perdida.

 Con semejante jaleo, se presentó el jefe de comedor y preguntó qué ocurría. Le explicamos lo de los mendigos y respondió:

 -Bien, señores. Pues yo no veo a nadie. Sólo nieve y oscuridad. Miramos y comprobamos que los hombres habían desaparecido.

 El maître añadió:

 -Bueno, señores...ejem... ejem. Me tomo la libertad de pedirles que moderen el consumo de alcohol. A veces, la euforia que produce puede hacernos ver cosas extrañas. Les sugiero servirles un buen café e indicarles dónde están sus habitaciones- concluyó.

 Tomamos el café y, ya más calmados, hablamos de lo ocurrido; casi pensamos que quizás habíamos sido víctimas de una alucinación.

 -No hay ninguna alucinación-dijo Pepe Smith-Yo contraté a esos dos mendigos y les entregué dos billetes de autobús para que volviesen esta noche a la ciudad. Por supuesto, también el trayecto hasta aquí corrió de mi cuenta.

 -Pero Pepe-respondí yo-¿No crees que fue cruel el trato que les propusiste?

 -No tanto, amigo. Ellos han cobrado según lo convenido, y no han sido engañados. Y nosotros hemos disfrutado.

 -¿Disfrutado? ¿Tú dices que hemos disfrutado? Viendo a esa pobre gente pasando hambre y frío...

 -Ya he dicho que les he pagado. Con lo que han cobrado podrán comer bien cuando lleguen a Granada. Naturalmente, han pasado hambre y frío durante su breve visita aquí. Pero era lo pactado. Yo les exigí que viniesen en ayunas y con poca ropa de abrigo. Así su malestar sería real, no comedia.

 -En cuanto a lo del goce que te mencioné antes, es algo que proviene de mi infancia. Nuestra casa en la India tenía un jardín que quedaba separado de la calle por una alta verja, a través de la cual yo miraba el mundo exterior, sentado sobre la hierba mientras me comía un enorme emparedado, un bocadillo como vosotros decís, y veía cómo un numeroso grupo de harapientos se aproximaba para pedirme algo. No olvidaré sus negros miradas con aquellos rostros morenos y los andrajos que vestían. Mi madre me decía que me comiese todo lo que ella me diera porque mucha gente no tenía qué llevarse a la boca. Viéndolo con mis propios ojos devoraba con fruición lo que mamá me proporcionaba.

 -Además, algunas veces arrojaba a través de la verja unas porciones de mi sandwich y observaba cómo los chiquillos se los disputaban entre gritos. Así comencé a sentir el extraño placer de verme como un ser superior ante aquellas personas que, por otra parte, no envidiaban nuestra confortable situación porque en su religión el "karma" dispone lo que cada uno merece en esta vida. De modo que probablemente en otra reencarnación podrían vivir en mejores condiciones.

 -Ésta es una excelente ideología¿sabes? Así se evitan graves conflictos sociales y los más pobres pueden ser explotados dentro de la ortodoxia de su religión. Gracias a ello, los británicos, discretamente, eran conscientes de su superioridad racial y cultural sobre los indios.

 Tras este discurso nos fuimos a dormir, y al día siguiente regresamos a la ciudad de la Alhambra. Nos quedamos con un extraño sabor de boca y no volvimos a reunirnos con Pepe Smith.

 Años después supe que Joseph había sufrido un accidente causado por la nieve y el hielo en una carretera secundaria mientras se desplazaba a Navarra. Unos campesinos lo hallaron días después, congelado en su coche. El forense descubrió que tenía el estómago vacío.

Había muerto por frío y por inanición.

Macabro humor el del "karma". Ya lo creo.


2 comentarios:

Rafael dijo...

Sentirse superior a otros es una ficción que muchas veces se paga caro. Excelente relato, este sí con moraleja :) Me queda la duda de si es verídico... Saludos!

FEPETE dijo...

Bueno, tiene su parte de realidad. Pero estoy de acuerdo con tu observación sobre lo que este relato enseña. Un saludo.