CUENTOS POR CALLEJAS

Hay base en la realidad y/o en la ficción en todo cuanto opino y/o narro.

BIENVENIDOS SEÁIS, VISITANTES.

sábado, 24 de agosto de 2013

RECUERDOS DE JUVENTUD



En la época de mi infancia, la formación religiosa que recibíamos (obligatoria) era severa. En realidad, a muchos nos amargó la vida. Éramos muy, muy pecadores y candidatos al fuego eterno, se nos decía.

Sobre todo, proclives a caer en las tentaciones de la carne. El sexto mandamiento nos observaba con ceño fruncido, porque no obedecerlo era el peor de los pecados, origen de un sinfín de otras maldades.

Con esta mentalidad entré en mi juventud dándome los inevitables tropezones que el diablo ponía en mi camino, y juzgando con ingenuidad el comportamiento de los demás.

Conocía a mucha gente. Amigos y amigas me mostraban la juventud de aquella época.

Mari Carmen fue una de ellas. De profesión científica, recalcaba su ateísmo. Era un ateísmo entusiasta, por así decirlo, pues había pedido y obtenido un certificado de apostasía de la Iglesia Católica.

Yo no pensaba que eso fuese necesario. Se cree o no se cree, pero un documento que diga lo descreído que eres me parece demasiado. Pero, bueno, cada cual que haga lo que quiera, siempre que no fastidie a los demás.

Volviendo al tema que nos ocupa, vi que Mari Carmen era absolutamente liberal en materia sexual. Decía que la sexualidad era un regalo de la naturaleza, y que teníamos derecho a disfrutarlo sin restricciones.

Me llamó la atención lo de esta chica, pero no fue un caso único.

Permítanme hablarles ahora de Clavel. No era su nombre, desde luego, mas así no se crean indicios.

Aquella mujer de figura elegante y rostro que hubiese encantado a un pintor renacentista era de trato amistoso y cordial.

Me fue contando su vida desde la adolescencia, y me dijo que con 18 años sufrió una enfermedad de transmisión sexual; y me lo narró con tal lujo de detalles que, por escabrosos, prefiero no mencionarlos aquí.

Siguió su largo historial amoroso con cantidad considerable de amantes, entre los que se encontraba algún hombre casado, y a punto estuvo de hacer sucumbir al párroco de su barrio.

No me lo decía como una lista de aventuras que hiciese que se sintiera orgullosa. Al contrario, se sentía desgraciada por no encontrar el amor definitivo. Pero para ella no había amor sin sexo. Por cierto, tenía la costumbre de contar a sus posibles pretendientes todos los pormenores de sus anteriores relaciones, con lo cual ponía en fuga a todo aquel que se interesase por ella. Después, claro está, de las consabidas relaciones sexuales.

Sin embargo, descubrí algo que me dejó pasmado: era profundamente religiosa. Se podría objetar que era hipócrita, pero no lo era, según lo que pude comprobar.

Hablaba de temas religiosos con total desenvoltura, y ella me decía que la religión católica permitía el placer, cosa que otras creencias no consentirían (?).

Todas las noches leía algún capítulo de la Biblia y me recomendaba que, para sentirse bien, no había nada mejor que ir a misa y comulgar.

Así era su mentalidad e incapaz de distinguir entre lo que era correcto o no. Por eso juzgué que era inocente.

Lástima que yo no contribuyese a su felicidad. Me limité a observarla con curiosidad, como un biólogo lo hace con un ser vivo de suma rareza.

Han pasado varios años y no he vuelto a saber de ella. ¿Habrá encontrado el afecto que necesitaba?

Deseo de corazón que así haya sido.