La Organización Mundial de la Salud prevé que para nuestro siglo XXI los mayores peligros para la salud humana serán la obesidad y la depresión.
Me parece que estas predicciones son algo aleatorias porque ¿quién demonios puede pronosticar para tanto tiempo? Sin embargo, vemos, al menos, algunos indicios de lo que dice la OMS.
En la ciudad donde vivo, la más meridional de la Península, veo una considerable cantidad de gente obesa. Son mayores pero también hay numerosos jóvenes, hombres y mujeres, a los que por su edad, a mi entender, no les corresponde ese exceso de peso. Como haya médicos que se dediquen a combatir la obesidad se van a forrar.
¿Qué es lo que ocurre? ¿Será la alimentación? Seguro que sí. La influencia de la alimentación norteamericana es evidente: hamburguesas, colas, bollería industrial y otras cosas, han hecho de las suyas.
Miren por donde, yo profesé de gordo cuando llegué casi a los cien kilos. Así que me propuse seguir la dieta mediterránea, ésa que se supone que deberíamos seguir los españoles, pero que en realidad ésta está abandonada por tanta gente.
Bueno, pues yo la seguí, y heme aquí que hace tiempo que no peso más de setenta kilos. Algo positivo he sido capaz de hacer. ¿Y eso de la depresión? Pues probablemente la gordura lleve a esa situación.
Dicen los psiquiatras que la depresión puede tener una causa exógena, o puede ser de origen endógeno. Pero, ¿por qué ese aumento previsto para el siglo XXI?
Se supone que el progreso sanitario y todo eso nos impulsaría a un mundo más feliz. ¿Acaso es que bienestar y dicha se reservara para una clase selecta, como dice Aldous Huxley en Un mundo feliz.
¡Vaya campo de estudio para psicólogos, sociólogos y antropólogos! No quiero ser pesimista, pero si ese posible futuro no lo pintamos más alegre, estamos listos.
Hagamos un experimento: ¿qué tal si ejercitamos la fraternidad, la comprensión y la paciencia? Por mi parte voy a intentarlo. A ver qué pasa.