CUENTOS POR CALLEJAS

Hay base en la realidad y/o en la ficción en todo cuanto opino y/o narro.

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sábado, 19 de noviembre de 2011

CRISIS PARA TODOS





En la Unión Europea hay crisis económica. Los miembros más fastidiados son Irlanda, Portugal y Grecia. Aquí en España el paro es agobiante.

Pero no pensemos que sólo las clases trabajadoras están pasándolo mal. Miremos, por ejemplo, el caso de la reina Isabel II, la de Inglaterra. Hace tres meses solicitó una ayuda al Parlamento para pagar las facturas de la luz de sus numerosos palacios, castillos y residencias. El Parlamento se lo denegó. ¿Se verá Doña Isabel obligada a comprar cirios y candiles?

El gasóleo ha subido de precio, situándose por encima del de la gasolina. No muy lejos de aquí, en Marbella, hay atracados un montón de yates. A lo mejor se quedan allí quietos, a causa del coste del combustible. Las juergas habrán de celebrarse junto al muelle sin salir a mar abierto.

Restaurantes y bares de lujo se resienten por la reducción en los pedidos de ostras y langostas. Muchos potentados están reduciendo gastos.

Nuestros políticos están haciendo todo lo posible para disminuir los costes del Gobierno. Así, funcionarios y empleados han visto rebajados sus sueldos y otros han sido despedidos.

Un alto cargo de la Administración relataba a uno de sus secretarios : "¿Sabe lo que me han costado estas vacaciones? Los hoteles de cinco estrellas están por las nubes. Mis hijos apenas han podido desplazarse con motivo de sus fiestas, pues los taxis están carísimos. ¡Mi mujer y yo no podemos beber champagne francés, sino cava catalán! ¡Y viene usted a decirme que su sueldo está menguando!"

Lo que más conmueve es lo que dijo la Presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid hace ya algún tiempo: "Yo con ocho mil euros (unos diez mil dólares) no llego a final de mes."

Seamos, pues, comprensivos. Todos tienen sus problemas ¿verdad?

-- ¡Auugg, auugg, chaaf plaaass...!

-- ¿Qué le pasa a usted?

-- Nada, es que estoy vomitando...

domingo, 13 de noviembre de 2011

MARÍA DE MÉXICO (FINAL)




Las visitas de ambos militares no coincidían. El teniente Cervantes acudía por las mañanas y el capitán francés por las tardes.

La última vez que fue el capitán Couchon era ya casi de noche. Había bebido más de la cuenta y se acercó a María con aire agresivo, haciéndole proposiciones que para cualquiera serían deshonestas. María lo rechazó con enfado.

-- Oye, María ¿es que te doy miedo?- inquirió el francés.

-- No me das miedo ¡Me das asco!

La reacción fue violenta. Con el rostro enrojecido de ira, y con los ojos desorbitados agarró a María por el cuello.

De pronto, una docena de pacientes de aquella sala se levantaron de sus jergones, abalanzándose para defender a la muchacha; algunos golpeaban al capitán con sus muletas, y otros con los puños.

La intervención de las monjas impidió que Couchon fuese muerto allí. El francés salió a la calle, y las religiosas le pidieron que mejor sería que no volviese más.

El teniente Cervantes supo lo sucedido en su visita de la tarde. María y la Superiora se esforzaron en contener al joven teniente, que sable en mano quería ir en busca del militar galo.

-- Miguel, por Dios, no intentes nada contra el capitán- le suplicó María-. Piensa en las represalias que tomarían contra gente inocente. Si me amas, haz lo que te pido. Voy a regresar a México. Ya buscaremos una solución para nuestro futuro.

Días después, María salió con su familia de Madrid, y, llegados a Cádiz, embarcaron hacia tierras mexicanas.

El teniente Cervantes decidió pedir su traslado al Ejército español en México y lo consiguió en poco tiempo. Adujo su amor por María y el deseo de casarse con ella.

Es tradición en el Ejército de España el facilitar el matrimonio cuando un oficial lo solicite. De ese modo, conseguida su petición se enrumbó hacia el Nuevo Mundo en un difícil viaje desde Lisboa.

Tras las formalidades pertinentes, Miguel y María contrajeron matrimonio en la iglesia de San Francisco. Se establecieron en la capital de la Nueva España, y el teniente Cervantes, tras un año de servicio, dejó la milicia  para iniciar carrera en la Administración del Virreinato.

Fue para Miguel oportuno su cambio de profesión. No tuvo que combatir el conato de rebelión iniciado por Hidalgo en 1810.

Para él, y por amor a María, México era ya su Patria.

sábado, 12 de noviembre de 2011

MARÍA DE MÉXICO (I)




María Alvarado era hija de un importante funcionario de Nueva España, y decidió acompañar a su padre en su viaje a Madrid, para asuntos relacionados con México.

Realizar una travesía desde América hasta Europa en aquel tiempo, principios del siglo XIX, era complicado. Los barcos que zarpaban de las costas novohispanas lo hacían en convoyes, con la finalidad de defenderse de posibles ataques de piratas ingleses. La navegación terminó con éxito en el puerto de Cádiz, desde el cual hicieron el desplazamiento hacia Madrid.

María había insistido en acompañar a su progenitor porque estaba ilusionada con conocer la capital del Reino, y visitar lugares donde nacieron y vivieron Cervantes, Lope de Vega, Quevedo y otros escritores a los que ella admiraba. En efecto, María conocía las obras de los clásicos del Siglo de Oro, y era una persona culta, versada en latín y en filosofía.

Ella era, además, muy hermosa. Había heredado lo mejor del mundo indígena y europeo que, en un tiempo se habían cruzado en su país: ojos almendrados, cabello azabache, labios carnosos y un cutis marfileño.

En aquel año de 1808 había gran tensión en la metrópoli. El ejército napoleónico se había estacionado en la Península con la excusa de dirigirse a Portugal. Pero era evidente que su intención era la invasión del territorio.

María fue testigo de la sublevación del pueblo madrileño aquel 2 de mayo. Alojada en el Palacio de la Sonora (que fuera residencia del Ministro de Indias), la muchacha contempló con horror las atrocidades cometidas por los soldados franceses y el heroísmo de las gentes de Madrid.

Tres días después, decidió acudir a un convento de monjas que se había habilitado como hospital de acogida de heridos españoles y franceses. Allí se ofreció a ayudar en el cuidado de los pacientes.

Su buen corazón, su simpatía y su belleza cautivaron a todos. Mas un día encontró una guitarra que alguien había dejado olvidada dentro de aquel lugar, y se le ocurrió entonar algunas de las hermosas canciones mexicanas que ella conocía. Todo el mundo guardó silencio para escuchar y disfrutar de esa bellísima música que salía de la garganta de María. La emoción embargó a los presentes, y las lágrimas afloraron a sus rostros junto a sonrisas de felicidad.

Con todo esto, unas jornadas más tarde, el médico responsable del hospital pidió a María que dejase el cuidado sanitario y se dedicase todo el tiempo que pudiese a tocar la guitarra y a cantar.

-- María, le ruego que siga haciéndolo así. Los heridos están mostrando síntomas evidentes de mejoría. Y los médicos sabemos cuán favorablemente influye en la curación un ambiente estimulante y alegre. Residí seis años en su tierra indiana, y también yo me siento alegre por escucharla. Su música está apapachando a estos hombres; todos se lo agradecemos.

El joven teniente Cervantes aparecía de vez en cuando por allá para visitar a los soldados y los civiles del hospital. Y conocíó a María. Quedó prendado de la muchacha; sus visitas se hicieron más frecuentes. Simultáneamente, el capitán francés Couchon se interesó por María. Era él un individuo arrogante y desdeñoso, que cuando inspeccionaba a sus soldados sólo a éstos saludaba, eludiendo a los demás. Quería conquistar a la damisela. Se creía superior a todos, y su actitud hacia ella no era precisamente caballerosa. La consideraba más bien como una parte de su botín.

(Continuará)

martes, 8 de noviembre de 2011

GUIJARROS EN LA LENGUA




Yo conocía a Manuel porque él tenía un puesto de venta de carne en el mercado municipal, al que yo iba de vez en cuando si mi mujer pedía mi colaboración en la tarea de las compras. Manuel era un joven activo y amable, con el cual mantenía yo una discreta amistad. Y lo digo así porque nuestras conversaciones eran muy breves. El motivo era su tartamudez. Por ello, el intercambio de palabras con sus clientes era muy corto con el fin de disimular su defecto.

Hay que conocer de cerca a esta clase de personas para comprender el sufrimiento que padecen, personas siempre temerosas de provocar alguna risa que les haga sentirse ridículas y avergonzadas.

Un día me dijo que necesitaba obtener el permiso de conducir y comprar una furgoneta para el transporte de sus mercancías.

-- Pe... pero yo... yo... no... no pue... pue...do acu...dir a u...na au... au... toes.. toes...cuela pa... para que se... se... rí... rían de... de mí.

-- Bien, Manuel. Te propongo una cosa- le dije-, te daré clases particulares y nadie te verá ¿vale?

Aceptó mi ofrecimiento y comenzamos las lecciones al día siguiente. Le dije:

-- Manuel, cuando te pregunte algo respóndeme cuando quieras; no tengas prisa y, si no lo deseas, me contestas cuando te parezca bien en otra ocasión.

Con este lento principio iniciamos su aprendizaje. Estuve tentado de ensayar con él lo que dicen que hizo Demóstenes para curar su tartamudeo. Mas eso de meterse piedrecitas en la boca me pareció que le resultaría chocante, y no se lo dije.

Para mi sorpresa, su progreso resultó notable. Dicen que los tartajosos son muy inteligentes y que, debido a la rapidez de sus pensamientos, tratan de hablar a mayor velocidad, y por eso se atascan.

Pero mi segunda y mayor sorpresa fue que en pocos días su lenguaje fue mejorando de tal modo que al final del curso apenas se entrecortaba. Prácticamente no tenía ya defecto en el habla. Se hallaba eufórico- al igual que yo-. Pasó sus exámenes y compró la furgoneta.

Fui a verle en su puesto del mercado. Hablaba alegre y fluidamente con su numerosa clientela, que se sentía encantada por charlar con él. Me saludó levantando una chuleta de cordero, y gritó: "¡Aquí tienen ustedes al hombre que me curó!"

Por suerte, suelo llevar gafas oscuras. De esa manera nadie pudo ver que tenía los ojos húmedos por las lágrimas.

domingo, 6 de noviembre de 2011

BREVE HISTORIA DE UNA MUJER CAMIONERA




Ana María era una muchacha de origen humilde que trabajaba de lavacoches en una gasolinera. Su aspecto era más bien basto, pero la chica era muy trabajadora y simpática. Se había inscrito en un curso que ofrecía la Administración de Andalucía para trabajadores que quisieran obtener un título profesional.

Eran estos estudios para llegar a ser conductor de camiones de gran tonelaje, de ámbito internacional. Ana María estaba ilusionada con ese proyecto, y yo le impartí clases junto a otros catorce alumnos.

Pasaron las semanas y unos meses; los exámenes se avecinaban. Ana María se encontraba nerviosa y me decía lo contenta que estaría con su nueva profesión.

Llegado el primer examen, Ana María suspendió. Sólo ella y otro compañero no habían pasado la prueba. Con ojos llorosos me dijo:

-- Ya ves, a pesar de tanto esfuerzo no he sido capaz de aprobar. Mi madre dirá que soy una inútil.

-- No eres una inútil, doy fe. Trabajas muchas horas en la gasolinera y aún te queda tiempo para estudiar con entusiasmo. Eres una persona inteligente y responsable. Incluso en los momentos de descanso te has dedicado a escribir ejercicios mientras tus compañeros tomaban café y fumaban un cigarrillo. Mereces aprobar.

-- ¡Ay, Fede! No basta con merecerlo; tenía que aprobarlo.

-- ¡Ánimo, Ana María! Nos queda otro examen de recuperación. Confía en que lo conseguirás.

Tres semanas más tarde, Ana pasó la convocatoria. Inmediatamente, se puso a hacer las prácticas que igualmente superó, con muy buena nota.

Dejé de verla para iniciar otro curso en otra localidad. Mas un día iba yo por la autovía, y en sentido contrario se acercaba un enorme camión con un claxon ensordecedor, el cual sonaba como un mugido. Una conductora asomaba el brazo con gesto de saludo. Era Ana María, quien había reconocido mi coche a distancia.

Ahora ella tenía un trabajo que le gustaba; muy bien remunerado, además. Me alegré por su felicidad. Y en mi corazón le estaba agradecido.

Sí, porque de aquella joven humilde aprendí lo que son la valentía y la auténtica voluntad de superación.

La vida siempre será la mejor maestra, indudablemente.