CUENTOS POR CALLEJAS

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sábado, 12 de noviembre de 2011

MARÍA DE MÉXICO (I)




María Alvarado era hija de un importante funcionario de Nueva España, y decidió acompañar a su padre en su viaje a Madrid, para asuntos relacionados con México.

Realizar una travesía desde América hasta Europa en aquel tiempo, principios del siglo XIX, era complicado. Los barcos que zarpaban de las costas novohispanas lo hacían en convoyes, con la finalidad de defenderse de posibles ataques de piratas ingleses. La navegación terminó con éxito en el puerto de Cádiz, desde el cual hicieron el desplazamiento hacia Madrid.

María había insistido en acompañar a su progenitor porque estaba ilusionada con conocer la capital del Reino, y visitar lugares donde nacieron y vivieron Cervantes, Lope de Vega, Quevedo y otros escritores a los que ella admiraba. En efecto, María conocía las obras de los clásicos del Siglo de Oro, y era una persona culta, versada en latín y en filosofía.

Ella era, además, muy hermosa. Había heredado lo mejor del mundo indígena y europeo que, en un tiempo se habían cruzado en su país: ojos almendrados, cabello azabache, labios carnosos y un cutis marfileño.

En aquel año de 1808 había gran tensión en la metrópoli. El ejército napoleónico se había estacionado en la Península con la excusa de dirigirse a Portugal. Pero era evidente que su intención era la invasión del territorio.

María fue testigo de la sublevación del pueblo madrileño aquel 2 de mayo. Alojada en el Palacio de la Sonora (que fuera residencia del Ministro de Indias), la muchacha contempló con horror las atrocidades cometidas por los soldados franceses y el heroísmo de las gentes de Madrid.

Tres días después, decidió acudir a un convento de monjas que se había habilitado como hospital de acogida de heridos españoles y franceses. Allí se ofreció a ayudar en el cuidado de los pacientes.

Su buen corazón, su simpatía y su belleza cautivaron a todos. Mas un día encontró una guitarra que alguien había dejado olvidada dentro de aquel lugar, y se le ocurrió entonar algunas de las hermosas canciones mexicanas que ella conocía. Todo el mundo guardó silencio para escuchar y disfrutar de esa bellísima música que salía de la garganta de María. La emoción embargó a los presentes, y las lágrimas afloraron a sus rostros junto a sonrisas de felicidad.

Con todo esto, unas jornadas más tarde, el médico responsable del hospital pidió a María que dejase el cuidado sanitario y se dedicase todo el tiempo que pudiese a tocar la guitarra y a cantar.

-- María, le ruego que siga haciéndolo así. Los heridos están mostrando síntomas evidentes de mejoría. Y los médicos sabemos cuán favorablemente influye en la curación un ambiente estimulante y alegre. Residí seis años en su tierra indiana, y también yo me siento alegre por escucharla. Su música está apapachando a estos hombres; todos se lo agradecemos.

El joven teniente Cervantes aparecía de vez en cuando por allá para visitar a los soldados y los civiles del hospital. Y conocíó a María. Quedó prendado de la muchacha; sus visitas se hicieron más frecuentes. Simultáneamente, el capitán francés Couchon se interesó por María. Era él un individuo arrogante y desdeñoso, que cuando inspeccionaba a sus soldados sólo a éstos saludaba, eludiendo a los demás. Quería conquistar a la damisela. Se creía superior a todos, y su actitud hacia ella no era precisamente caballerosa. La consideraba más bien como una parte de su botín.

(Continuará)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante relato, gracias por compartiros...

bye

Bosón de Higgs dijo...

Una mujer a la que Dios ha otorgado belleza,inteligencia y dotes musicales no debería acabar siendo un objeto de deseo de un oficial francés prepotente y arrogante.No se hizo la miel para la boca del asno,seguiremos el desenlace.Saludos Fepete.

Anónimo dijo...

pues esperaremos la continuación....

Lapislazuli dijo...

No solo belleza si no tambien habilidad musical. Esperare lo que sigue. Muy detallada, atrapante. Un abrazo